domingo, 2 de septiembre de 2007

El terremoto, preguntas


Los desastres son, inevitablemente, un momento muy interesante para reflexionar acerca del destino.

Tomemos, por ejemplo, el reciente terremoto en el departamento de Ica. Como resultado del mismo una hasta dos iglesias (la de Luren en Ica y la de San Clemente en Pisco) colapsaron matando a varios fieles que se encontraban en ellas: en la Iglesia del señor de Luren 17 fieles perdieron la vida, en la de San Clemente, 148.

Ahora, para los cristianos, dios es todopoderoso, omnisciente, omnipresente. Si esto es así, es imposible que no haya tenida algo que ver con que suceda el sismo en ese sitio y a esa hora.

Por otra parte dios recibe todos los días millones de oraciones de sus fieles solicitándole algo y, según los católicos por lo menos, ha ordenado que lo honren una vez por semana conmemorando la inmolación de su hijo que es parte de la trinidad divina, a través de una misa.

Ahora, ¿cómo podemos aceptar estos dos hechos sin sentir escalofríos? ¿Es decir que dios prefirió que colapsen dos iglesias donde sus fieles lo honraban a que colapsen las casas de aquellos creyentes que no rezaban o, mejor aún, las de aquellos no creyentes? Bueno, aquí indudablemente se refleja un lado muy cruel de ese dios.

Es más, aparentemente, prefirió salvar la imagen del Señor de Luren y al cura de San Clemente antes que a los fieles. Algo anda mal si se acepta esto como parte de la voluntad divina. Y no basta explicarlo con la oscura expresión de que somos incapaces de comprender los designios de dios.

Podríamos hacernos otras preguntas. Por ejemplo, ¿cómo es que dios no se ensaña con aquellos países donde hay más ateos (Inglaterra o Suecia, por ejemplo)? O también podríamos preguntarles a los cristianos, ¿cómo es que dios no envía catástrofe tras catástrofe a los pueblos musulmanes de todo el mundo? ¿No hubiera sido mucho más coherente con su infinita bondad y omnisciencia que ubicara a los pueblos no cristianos o no creyentes en los bordes de las placas de la corteza terrestre o, mejor aún, que los límites de estas placas ocurrieran donde los pueblos no creyentes se asienten?

Pero hay que reconocer que hay un ansia de creer en lo sobrenatural que se arraiga especialmente en la ignorancia. ¿Cómo si no se puede interpretar como un milagro (es decir, un hecho divino que prueba la existencia de dios porque no puede ser explicado racionalmente) que no se destruya la imagen del Señor de Luren o que el cura de San Clemente no haya fallecido?