Cuando Mariafé Ponce, en complicidad con Sandro Calderón, me propuso interpretar un papel en "Melocotón en almíbar" de Mihura, quedé paralizado por el pánico. Dos cosas me aterraban: una, ser capaz de soltarme y dar vida al personaje que debía representar; la otra, la peor, olvidarme de mis líneas en plena función; especialmente ahora que a mi tierna edad voy sintiendo que la memoria, que nunca tuve muy buena, comienza a serme ingrata.
El estreno de la obra, y mi estreno en las tablas, ha sido una de las experiencias más difíciles de mi vida. Llegué casi al punto de estar paralizado de angustia y terror. Mientras mis compañeros de actuación (todos jóvenes de entre 15 y 18 años) gritaban, se exaltaban, buscaban su utilería, entraban en arrebatos de hiperactividad y exclamaban sus nervios; yo estaba casi inmóvil, en un rincón, sudando, repasando mis líneas, con un nudo en el estómago y con una ganas locas de salir corriendo a mi casa.
Pasado el estreno, todo fue más fácil. Hasta pude ya disfrutar las siguientes funciones. No es que no hubiera temor o angustia, los había; pero forman parte de esos estados de ánimo que ayudan a estar alertas, creativos y en forma.
El problema es que quiero volver a actuar y estoy persiguiendo a Sandro para ver qué otra obrita podría montar. Y es que aparte de esas sensaciones de terror o miedo o angustia hay inmensas satisfacciones: el trabajo en equipo, el sentido de responsabilidad colectiva, la magia de vivir una ficción y al mismo tiempo observarla, descubrir en uno mismo los rasgos del personaje, entrar en contacto con nuestras propias emociones, alimentar esas líneas escritas que corresponden a un personaje con la emoción, el afecto, el miedo, la cólera, la humillación, la valentía, el honor, la mentira, la honestidad, la fuerza, la debilidad, el deseo, la pasividad y tantas, tantísimas otras sensaciones y emociones que sacamos de nosotros mismos para hacer vivir un texto y convertirlo en personaje. Esa experiencia es inigualable. Y si para vivirla debemos vencer nuestro propio pánico, cuánto más grato resulta.
2 comentarios:
Pareciera que enseñar es lo opuesto a actuar, al enseñar tienes que involucrarte afectivamente con tu público, al actuar estás ante tu público pero no necesariamente tienes que involucrarte con él, en realidad siguiendo a Brecht el público toma su distancia
Imagínate lo que me está costando hablar y bailar!!!No basta con hacer uno o el otro, hay que hacer los dos, integrados, creíbles y entendibles.Pero esa adrenalinita que te hace temblar todo...no tiene precio!
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